Thursday, March 02, 2017

PROYECTO BIBLIA DESNUDA 7

PROYECTO BIBLIA DESNUDA. 7.

PROYECTO BIBLIA DESNUDA. 7.

LA BIBLIA NO ES ‘LA’ ‘PALABRA’ ‘DE DIOS’.

Recapitulando entonces lo que hemos dicho hasta ahora, comenzamos diciendo que nos proponemos ilustrar cómo las creencias judeo-cristianas en gran medida son la fuente de mucho de nuestra cultura disfuncional. Que es común que ocurra cuando esto empieza a hacerse, que salten por aquí y por allá los alegatos de que estas creencias no pueden cuestionarse ni contravenirse, porque estaríamos cuestionando la ‘sagrada’ ‘Palabra de Dios’. Y que en nuestro contexto, por “Palabra de Dios” se entiende usualmente que es la Biblia. La Biblia judeo-cristiana.

Por tanto, parte principal de nuestra labor es mostrar cómo hemos llegado a pensar que esta compilación de textos diversos que conocemos como la Biblia llegó a convertirse en la ‘infalible’ y ‘sagrada’ ‘Palabra de Dios’. Para ello, hay que hurgar en su origen, historia, autores, contextos sociales, culturales, históricos y un montón de aspectos más que han sido abundantemente examinados en miles de libros y estudios a lo largo de la Historia occidental. Pero como resulta algo gigantesco, titánico, enciclopédico, nos hemos propuesto ofrecer al lector una selección de ideas, informaciones y referencias lo más amplias posible, pero que al mismo tiempo sean sucintas y que sobre todo, le ayuden a desmontar más o menos rápidamente todo el conglomerado de asunciones y creencias que han dado pie a todo este asunto.

Así que hasta ahora hemos dicho que la Biblia, en este caso, la Biblia judía, la colección de textos que conocemos como ‘Antiguo Testamento’, y que es la primera mitad y el fundamento de la Biblia completa, es el resultado de la elaboración de los dirigentes del pueblo hebreo, en su afán histórico de hacerse de una identidad nacional, unir a sus diferentes facciones, e intentar sobreponerse o imponerse a las otras culturas de su momento histórico, con la ‘original’ idea de proponerse a sí mismos, primero, como el “pueblo elegido” por el dios más poderoso de todos los dioses, y luego, como el pueblo predilecto y exclusivo del único dios de todo el Universo. 

Con ese fin, y con los fines complementarios de ordenar toda la vida legal, social, religiosa, cultural, política, y geopolítica de Israel, -el así llamado pueblo hebreo-, sacerdotes, profetas, dirigentes, y demás líderes de esta comunidad empezaron, por una parte, a redactar gran cantidad de textos donde primero, ofrecían explicaciones míticas, legendarias, religiosas, simbólicas, de cómo su Dios había hecho tal elección, algunas (muchas) tomadas de los mitos y leyendas, tradiciones y creencias de otros pueblos, -y algunas con cierta originalidad, o al menos un original giro- ; y por otra parte, cómo sea atribuyeron a sí mismos, como sacerdotes, profetas, escribas y en general, ‘intermediarios’, esa mediación entre su dios y el pueblo.

Así se llevaría a cabo un enorme esfuerzo de creación, elaboración, compilación, interpretación, reinterpretación, edición, selección, de extensos textos, y su correspondiente enseñanza, aprendizaje, adoctrinamiento e imposición, primero a las masas hebreas, y en diversas ocasiones, a pueblos circunvecinos, llegando a utilizar en varias ocasiones, la fuerza, el chantaje, la guerra, y el crimen, para tales fines. Todo con la finalidad de conformar una nación bajo la idea de la posesión exclusiva y excluyente del único dios de todo el Universo, el cual exigía lealtad y obediencia absoluta a la pléyade de leyes y normativas que le implantó a ese pueblo, cuya desobediencia traería terribles consecuencias de todo tipo, y su seguimiento, incontables beneficios.

Ése es el origen básico del llamado Antiguo Testamento. Y del de la concepción de Dios y del mundo del futuro Cristianismo. Aún vigente.

Como hemos dicho, el resultado de la concepción egoica y prácticamente megalomaníaca de un pueblo y su dirigencia, en pos de tener no sólo un lugar, sino un lugar preeminente en el mundo, a pesar de su muy modesto origen y poder, en relación a las naciones e imperios de su época. Como lo explica muy bien el autor español Pepe Rodríguez en su excelente libro: “Mentiras Fundamentales de la Iglesia Católica”:
“El Antiguo Testamento: ¿palabra de Dios o resultado de la megalomanía genial que permitió sobrevivir al pueblo hebreo?
La parte de la Biblia que hoy conocemos como Antiguo Testamento es un conjunto de una cuarentena de libros —en el canon católico10— que pretende recoger la historia y las creencias religiosas del pueblo hebreo que, aglutinado bajo la nación de Israel, apareció en la región de Palestina durante el siglo XIII a.C. Los análisis científicos han demostrado que buena parte de los libros legislativos, históricos, proféticos o poéticos de la Biblia son el producto de un largo proceso de elaboración durante el cual se fueron actualizando documentos antiguos añadiéndoles datos nuevos e interpretaciones diversas en función del talante e intereses de los nuevos autores/recopiladores.” (36)
“Con todo, a pesar de sus muy frecuentes anacronismos y errores, y de sus evidentes fabulaciones, la Biblia es un documento interesantísimo para, con el imprescindible contraste de la investigación arqueológica, poder analizar el curso de los acontecimientos humanos que se dieron durante la antigüedad en una limitada franja del planeta y centrados en un pueblo, el de Israel, que fue históricamente insignificante —con excepción de la breve época de esplendor impulsada por David y Salomón—, vivió continuamente bajo la amenaza de enemigos externos muy poderosos y de crisis internas debilitadoras, soportando a menudo la humillación, la rapiña y la esclavitud, y medró a duras penas intentando arrancarle algunos de sus frutos a una tierra seca y de clima tan duro y difícil como imprevisible.
Desde esta humildad histórica e insignificancia humana14 es perfectamente comprensible que el pueblo de Israel —en virtud de lo que sabemos de la psicología humana y tal como acredita la historia de muchos otros pueblos en situaciones similares— necesitase desesperadamente atraerse para sí la atención y protección de un dios todopoderoso al que estaba dispuesto a someterse tal como un hijo débil o desamparado lo hace ante un padre fuerte; pero dado que los dioses de sus enemigos no eran menos poderosos, Israel, con el paso del tiempo, se vio forzada a compensar su nimiedad sintiéndose la elegida no ya del dios más poderoso de todos cuantos había en su época, sino de un Dios único y excluyente que — ¿cuál no sería su predisposición favorable hacia los israelitas?— se avino a sellar un pacto de exclusividad con sus protegidos. Tal dinámica megalómana, preñada de mitomanía, fue la clave que posibilitó la supervivencia de los israelitas y acabó siendo el eje troncal de la identidad hebrea y, finalmente, por herencia directa, de la cristiana. Por eso, básicamente, en los textos bíblicos se confunden una con otra la historia real y mítica de Israel y su religión.” (37)
(36) Pepe Rodríguez. “Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica”
Ediciones B, S.A. España, 1998.
Págs. 25-26
(37) Pepe Rodríguez. Ob. Cit.
Págs. 30-31


Por tanto, a pesar de que mucho es lo que hay que desentrañar, detallar y precisar, lo cual haremos en próximas páginas, ya podemos adelantar que pretender que la Biblia es ‘la Palabra de Dios’, no es una afirmación apropiada, en ningún sentido.

Primero, porque no es “La”. Existen distintas ‘palabras de Dios’ en el mundo, como vimos en la entrega número 2. Resultantes también de las búsquedas, mitos, percepciones, intuiciones, elaboraciones, contextos y procesos de diferentes pueblos.

Segundo, no es una sola palabra. Es decir, no es una sola visión, una sola versión. Es el resultado, como hemos dicho de un dilatado y complejo proceso de selección, compilación, reunión, edición y reedición de muchísimos textos, redactados bajo diferentes épocas y contextos y también, de distintos intereses. Sin mencionar las alteraciones, modificaciones, distorsiones, traducciones, interpretaciones y reinterpretaciones de los mismos, en muy diversos y complejos contextos también.

Y tercero, como ya habrán empezado a deducir los lectores, por más que nos han repetido hasta la saciedad o el paroxismo, que la Biblia es la palabra “DE DIOS”, empieza a visualizarse lo obvio: son palabras redactadas por seres humanos de su tiempo, su contexto, su condicionamiento cultural y sus intereses, que para darle un halo y luego, un sello de autoridad a sus escritos, adujeron una y otra vez –aunque esto no sea tan evidente en los propios textos bíblicos- pero más que todo repitieron fanática y obsesivamente los sucesivos rabinos, sacerdotes, religiosos, instructores, etc., esta cuestión de la autoría divina. Además autoría perfecta, inerrante, infalible, sin la menor posibilidad de error, falla, carencia o inexactitud, según ellos. Cosa que con el tiempo se fue conformando en el dogma de la INFALIBILIDAD BÍBLICA.

Que en próximas páginas abordaremos.

Repetimos que esto no tendría mayor problema ni consecuencia, y que perfectamente sería derecho de cada quien creer en las fábulas, mitos, leyendas, historias, o creaciones literarias de su preferencia, si no fuera porque una inmensa cantidad de dogmas, creencias, asunciones y directrices manipuladoras, autoritarias, disfuncionales y perniciosas, surgen de allí y se han impuesto e imponen a miles de millones de personas en este mundo desde la más tierna infancia, en la mayoría de las ocasiones. Con funestas consecuencias, como muestra la Historia.

Y sobre ello tendremos que tratar también.

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