PROYECTO BIBLIA DESNUDA. 4.
4ta entrega.
LA BIBLIA:
RESULTADO DE LA CONCEPCIÓN EGOICA DE LOS SACERDOTES DE ISRAEL
IV Parte de las
ideas y datos para la elaboración de un libro práctico para entender el origen,
forma de creación, evolución y creencias acerca de la ‘Escritura sagrada’ judeo-cristiana,
la Biblia. Una contribución a la liberación de dogmas sectarios y
fundamentalistas, y el abrazo de una espiritualidad laica, inclusiva, libre y
hasta donde se pueda concebir, universal.
Esta auto
exaltación del pueblo elegido es menester comprenderla para poder entender el
contexto dentro del cual surgió el Cristianismo. Para contribuir a ello
incluimos un esquema con el cual esbozaremos la sucesión de las principales
épocas de la historia de Israel antes de nuestra era, muy útil como resumen
básico y punto de partida. También nos será de provecho cuando más adelante nos
refiramos a la historia de la Biblia. Lo hemos adoptado y adaptado de la Guía
de la Biblia, de Isaac Asimov. (ver pág. sig.)
Adelantamos desde
ahora que hay tres momentos de la Historia antigua de Israel absolutamente
decisivos y centrales, desde el punto de vista de la formación de su conciencia
histórica y su identidad cultural. Tres momentos que quedaron profunda e
indeleblemente grabados en su memoria nacional y en su inconsciente -y
consciente- colectivo.
Ellos son:
1`) El Exodo de Egipto (Período tribal): es el momento del nacimiento
de Israel como pueblo. Es la etapa protagonizada por el personaje central,
verdadero padre histórico y espiritual, y maestro de Israel: Moisés. Moisés
instado por Dios, une a su pueblo que es esclavo en Egipto, los subleva, huyen
atravesando milagrosamente el Mar Rojo y los conduce hasta el borde de la
Tierra Prometida. Su sucesor, Josué, completa la conquista de Canaán. Podría
decirse que este es el acontecimiento nuclear del Antiguo Testamento, ya que
aquí comienza la vida de Israel como pueblo histórico y principia su particular
religión: los principios del monoteísmo y la Ley (la “Torá”).
2`) El Reino de David : David y Salomón marcaron una época en la que
Israel por única vez en toda su historia, vivió un tiempo de esplendor y
predominio histórico tal que jamás volvería a repetirse, ni siquiera
insinuarse. Comenzó en este tiempo a recopilarse la historia escrita de Israel
y se selló un orgullo nacional de tal modo profundo y abarcador, que los judíos
lo añorarían posteriormente para siempre, hasta el sol de hoy.
3`) El Exilio y la Deportación babilónica (Período
Babilónico): en esta etapa ocurre una de las peores y más traumáticas tragedias
de toda la historia de Israel: la destrucción del Templo de Jerusalén (587
a.C.) y la casi total desintegración y dispersión de la nación judía bajo los
ejércitos de Nabucodonosor. Esta desgracia constituyó el elemento fundamental
en la definitiva consolidación de la identidad judía y en la depuración y
perfeccionamiento de su máxima creación: su religión, el Judaísmo, en cuyo
espíritu laten los factores básicos del alma judía, que en esa época alcanzaron
una expresión máxima: la tragedia y la esperanza.
Estos son los
inicios del “anhelo mesiánico”, por el cual los judíos hoy en día, aún esperan
al “Mesías” que restablecerá dicho Reino de Israel de una vez para siempre -
¿suena familiar?-
CUADRO HISTORIA DE ISRAEL
Por supuesto,
existen otros momentos protagónicos y señeros en la historia de Israel que
también dejaron su huella y en última instancia, todas las etapas jugaron su
particular papel, sin las cuales todo el edificio histórico se desploma; ahora
bien, con estos tres momentos podemos tener centrado el panorama básico del
Israel de los tiempos bíblicos.
Ahora bien, ¿son
fidedignos estos acontecimientos? ¿Cuánto de verdad hay en todo ello, o cuánto
de leyenda o mito? ¿Podemos creer en lo que podría llamarse la vocación
megalómana de un pueblo y en lo que este ha podido crear y auto atribuirse para
justificar dicha megalomanía? Son preguntas que se han planteado numerosas
veces y sobre las que se han escrito cientos de libros y tal vez se escriban
muchos más. Por ahora se puede decir que se ha reconocido que desde el punto de
vista historiográfico los relatos bíblicos gozan de suficiente credibilidad, o
cuando menos, la misma que detentan en ese aspecto los relatos históricos de
las culturas egipcia, mesopotámica, o la de otros pueblos. Incluso hasta más.
Al parecer los escritores judíos ponían gran celo y honestidad en la confección
de sus escrituras, o al menos escribían lo que desde su particular punto de
vista era la verdad. La mayoría de los hallazgos arqueológicos y documentales
extra bíblicos así lo corroboran. Por supuesto, no siempre todo lo que brilla
es oro, y a estas alturas, mucho es lo espurio que se ha podido separar de lo
auténtico, y a ello nos referiremos en próximas páginas.
Sin embargo hay
un hecho cierto. La cultura y el pueblo judío aún permanecen, mientras las
culturas, y en gran medida, los pueblos de todas las civilizaciones e imperios
antiguos han desaparecido -aunque bastante es lo que nos legaron, mezclado y
reconfigurado-. Hoy en día no se cree en Kemoch, ni en Baal, Amón, Osiris,
Astarté, Asera, Ra, Zeus, o Júpiter, ni en ningún otro nombre de la legión de
dioses de la Antigüedad. Mas en la gran mayoría del mundo occidental actual, y
podríamos decir, de alguna manera en todo el planeta, se le rinde culto, o se
adora a Yahveh, Jehová, o Alá, que no son sino distintas versiones del dios de
los judíos. El dios de los judíos ha resultado realmente “victorioso” tal y
como se proclamó siempre en las Escrituras. No podemos entonces negarnos al hecho
de que este grupo inicial de desarrapados e indigentes habirus han logrado imponer a la humanidad parte de su cultura y de su
religión con el paso de los siglos. Esto es algo realmente pasmoso si
examinamos la historia judía y nos percatamos de que salvo en lo relativo a lo
moral y lo religioso, los israelitas nunca alcanzaron mayores logros, ni en la
ciencia, ni en el arte, ni en la filosofía, ni en la política, ni en la
economía, ni en ningún otro renglón. Toda su cultura giró alrededor de su
religión. Mas sorprendente es esto aún, si pensamos que los judíos muy poca
influencia han ejercido en lo político o económico (salvo en la época de los
reinados de David y Salomón), ni fueron un pueblo conquistador-imperialista,
como otros (apartando la conquista de Canaán). Más aún, la mayor parte de su
historia ha sido un pueblo sin unión, sin nación y hasta sin territorio. Es
decir, siempre han exhibido una humildísima presencia e importancia histórica.
Tenemos que por
lo menos arriesgarnos a considerar, por consiguiente, que algo extraordinario,
fuera de lo normal, o por lo menos, poderoso, culturalmente hablando, tuvo que
haber en esa religión, verdadero corazón de todo un pueblo, para que haya no
sólo sobrevivido, sino impregnado profundamente a las demás civilizaciones,
hasta la actualidad. Es más, podemos conceder la posibilidad de un elemento
sobrenatural, albergar sospechas de cierta intervención divina, elucubrar que
“algo” le echó una mano a un pueblo increíblemente tenaz y persistente.
Pero un
pueblo, que, también hay que aceptarlo, de cierto tuvo hasta la saciedad
cantidad de comprobados rasgos narcisistas-megalómanos unidos a su inconmovible
fe. Porque sí, podemos figurarnos que de ser Dios esa energía supra consciente,
amorosa y justa que tanto se pregona, ha podido perfectamente otorgar a los
judíos una “ayudita”. Lo malo es que hayan creído que era para ellos solos. Lo
malo es que esa fe implicaría que Dios, apartando su bondad Eterna, fue en un tiempo un Dios racista y sumamente partidista. Lo malo es
que sería una fe injusta, cruel y terrible, a juzgar por los resultados. Una fe
por la que han matado, sufrido y muerto toda su historia. Una fe que ha
generado creencias, leyes y acciones a veces muy extrañas que han querido
imponer a los demás, o salvaguardar de los demás a sangre y fuego. En nombre de
Dios. Exactamente lo mismo que sucedió a posteriori con sus dos hijos: el
Cristianismo y el Islamismo. De tal palo, tal astilla, dicen.
He allí que el
asunto pierde “divinidad” y se vuelve algo más terrenal, corriente y conocido:
imponer, dominar, sangre, fuego, muerte, destrucción, genocidio y otras
lindezas, o debiéramos decir, “piadosas” o “santas” manifestaciones del ansia
de poder. Por supuesto, Dios es la excusa. “Dios me ha dicho”. “Así dice Jehová”.
“Dios ha ordenado”. ¿Quién lo dice? “Yo, su intérprete, su confidente, su
profeta. O más bien, nosotros, sus escogidos, sus únicos y exclusivos
beneficiarios. Nosotros, los únicos que sabemos, cumplimos y merecemos”.
Como se ve, todo
surge del manido: “sólo nosotros estamos con Dios”, o mejor dicho, “Dios nos
ama sólo a nosotros, o más a nosotros”.
¿Cómo llega a
creerse tal cosa?
Es lo que
trataremos de dilucidar seguidamente.
Lo importante es
comprender que éste es el ambiente cultural del cual surgió la ‘sagrada
escritura’ judía, la que conocemos como ‘Antiguo Testamento’, la primera mitad
de la Biblia que conocemos, lo cual es parte de lo que estamos tratando aquí:
un conjunto de escritos realizados por sacerdotes, rabinos, profetas, escribas
judíos, que se autoatribuyen en ellos ser ‘el único pueblo elegido de Dios’.
Por supuesto,
tener a Dios en exclusiva reporta un enorme poder, sobre todo a sus
‘intermediarios’.
De lo cual es
inmediato y vigente heredero y tributario el Cristianismo posterior.
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