Friday, September 22, 2017

PROYECTO BIBLIA DESNUDA. 15. Y ENTONCES… ¿QUIÉN ESCRIBIÓ LA BIBLIA? (II)

PROYECTO BIBLIA DESNUDA. 15.


Y ENTONCES… ¿QUIÉN ESCRIBIÓ LA BIBLIA? (II)




Como hemos venido exponiendo en capítulos anteriores, la idea de este proyecto es desmitificar a la Biblia como ‘Palabra de Dios’, puesto que de este dogma derivan una importante cantidad de creencias perniciosas para el bienestar de la humanidad.


En este orden de ideas, nuestro propósito es enfocar tres aspectos esenciales de este objetivo:


1)      Mostrar el proceso de creación y formación del canon bíblico. Es decir, argumentar y presentar de manera sucinta y comprensible los conocimientos más útiles, aceptados y actualizados respecto a autoría, autorización, y determinación de la ‘autoridad’, o ‘autoridad divina’ de los textos bíblicos. De esta manera explicaremos que la Biblia no surgió, como millones de personas creen, de autores, profetas, sacerdotes, o escribas ‘inspirados’, que recibieron el ‘dictado’ de Dios, y entonces escribieron directamente textos supuestamente ‘perfectos’, ‘inerrantes’, ‘infalibles’, que quedaron así establecidos, copiados, traducidos y difundidos fielmente hasta la actualidad. Los textos bíblicos, como empezamos a detallar en el capítulo pasado, surgieron de un muy complejo proceso de múltiples redacciones, ediciones, versiones, selecciones, compilaciones, traducciones y legalizaciones –y manipulaciones-, que fueron realizadas una y otra vez en tiempos y circunstancias históricas muy diversas, por parte de distintas y no siempre coincidentes ‘autoridades’. Intentaremos determinar quiénes fueron y cómo y por qué procedieron estas autoridades, que fueron en última instancia quienes decidieron cuál es la Biblia que millones de creyentes tienen en sus manos.


2)      Exponer la naturaleza:
-          Primitiva
-          Mítica y mitológica
-          Inmoral o amoral
-          Antropomórfica, patriarcal, hegemonista, sectaria
-          Perniciosa

De muchos de los textos bíblicos intrínsecamente, según el criterio que la inmensa mayoría de la humanidad maneja en torno a valores universales como: Derechos Humanos, Bien Común, Respeto a la Diversidad, Solidaridad, Amor, Justicia, Libertad, Equidad, y muchos otros que forman el marco de posibilidad de un mundo que pueda vivir en Armonía y Paz para TODOS los seres humanos.

Tampoco se trata de una satanización de la Biblia, en la cual podemos encontrar también pasajes y contenidos útiles, edificantes, hermosos, inspiradores; pero sí de mostrar una innegablemente enorme cantidad de contenidos disfuncionales para la convivencia pacífica y armoniosa de la humanidad. O fundamentalmente perniciosos para el bienestar espiritual integral humano.

Si se supone que ‘toda’ la Biblia fue inspirada por Dios, es decir, por el Espíritu Universal de Sabiduría, Conocimiento, Amor y Perfección Absolutas, ninguno de estos pasajes horrendos y bárbaros que plenan la Biblia por todas partes, deberían tener lugar. Por supuesto, perfectamente explicables cuando entendemos que la Biblia fue escrita por hombres de su tiempo, circunstancias y entorno cultural… Mayoritariamente primitivos.



3)      Evidenciar las implicaciones modernas, actuales, vigentes y plenamente operativas de los contenidos, dogmas, creencias, y valores derivados de la Biblia, que se expresan no sólo en los ámbitos religioso o en el seno de las distintas religiones organizadas, sino que son la base paradigmática fundamental de muchas de nuestras creencias y asunciones disfuncionales en los ámbitos político, económico, social, geopolítico, civilizatorio; en pocas palabras, en el paradigma cultural que conforma el modo de vida presente en prácticamente todo el planeta.


Detrás de decisiones sobre la paz y la guerra, la vida o la muerte, visiones políticas, principios económicos, concepciones de la familia, la propiedad, la pareja, la sociedad, hoy; e incluso, sobre aspectos psicológicos, emocionales, afectivos individuales patológicos, que luego resultan socialmente patológicos y más allá, se encuentran creencias básicas derivadas de dogmas religiosos, en nuestro caso occidental, fundamentalmente de las provenientes de la Biblia. O mejor dicho, de los dogmas, directivas o construcciones realizadas por sus incontables ‘intérpretes’. Pero hay que recordar que entre estos intérpretes también se encuentran los propios redactores, editores y compiladores de la Biblia.



Sobre el punto 1 hemos venido tratando en los capítulos 13 y 14 de estas entregas. En esta oportunidad, ofrecemos la parte II propuesta sobre quién o quiénes escribieron la Biblia, usando nuevamente un extenso pasaje del importante libro de R. E. Friedmann “¿Quién escribió la Biblia?”, que no cejamos en recomendar ampliamente.


Sin embargo, para quienes quieran un comentario inicial de resumen sobre este texto de hoy, me permito señalar tres aspectos muy interesantes que se deducen del mismo.


(Recordemos que en la primera parte Friedmann narró en detalle cómo fue que empezó a descubrirse que no fue Moisés el pretendido autor del Pentateuco, tal y como lo señala aún el dogma al día de hoy, y cómo esto llevó a descubrir paulatinamente que muchas manos, en muchas circunstancias y épocas distintas intervinieron en la confección y versiones finales de los primeros cinco libros de la Biblia, falsamente atribuidos a Moisés. Todo esto generó los sucesivos estudios bíblicos que derivaron en lo que se conoce hoy como las hipótesis documentales histórico críticas, que van revelando el verdadero proceso de formación de la Biblia –en este caso, el Antiguo Testamento-. )


Ø  Este proceso documental-histórico-crítico fue iniciado por creyentes. Sacerdotes, estudiosos, eruditos bíblicos, teólogos, todos creyentes. No fue el resultado de alguna iniciativa atea o con intenciones de desacreditación de la Biblia.


Ø  Tomó siglos, incluso milenios, empezar a adentrarse con propiedad en estos temas, siempre con la oposición y/o persecución de los diversos estamentos religiosos. Muchas veces, a un gran costo personal o riesgo de vida para los protagonistas o asociados y con enormes cantidades de tiempo y energía invertidos, en un proceso progresivo. Mucho de esto es desconocido por el gran público y mucho más desconocido aún por los creyentes hoy, quienes piensan que todo intento de crítica bíblica viene de sectores ateos, antirreligiosos, o ‘apóstatas’… De ahí que sólo estamos, parafraseando a Newton, montándonos sobre hombros de gigantes…


Ø  Lo más importante quizá: hoy en día, la inmensa mayoría de los estudiosos serios de la Biblia de todas las tendencias, conocen y reconocen la validez de estos estudios y coinciden en su importancia y utilidad. La inmensa mayoría ha abandonado para siempre la concepción literalista, infalible, o inerrante de la inspiración bíblica, aunque algunos puedan reinterpretar el tema de la ‘inspiración divina’ de otro modo. Pero es absolutamente otro modo, que conoce perfectamente bien, el carácter mítico, legendario, mitológico, primitivo, tributario de diversas culturas, etc., y que responde además a intereses políticos, históricos, y geopolíticos de cada contexto, con toda una enorme cantidad de implicaciones.


Lo notable es que tan inmensa cantidad de personas en el mundo desconozca estas realidades. Quizá todavía persista algo de ese espíritu inquisidor, oscuro, encubridor, o aprensivo, que no quiere atentar contra muy determinados intereses de poder que se verían afectados si todo esto saliera plena y masivamente a la luz.

Así que a tal respecto, esperamos aportar nuestra modesta contribución para intentar superar estos y otros velos.

Vamos entonces con la interesantísima exposición de R. E. Friedmann:


“Las fuentes 


La idea de Simón, según la cual los escritores bíblicos habían reunido los elementos de su narrativa a partir de antiguas fuentes a su disposición, representó un paso importante en el largo camino hacia el descubrimiento de quién escribió la Biblia. Cualquier historiador competente sabe muy bien cuál es la importancia de las fuentes para escribir una narración sucesiva de acontecimientos. La hipótesis de que los cinco libros de Moisés eran el resultado de una combinación de diversas fuentes antiguas, hecha por diversos autores, fue excepcionalmente importante ya que preparó el camino para enfrentarse a una nueva evidencia desarrollada por tres investigadores a lo largo del siglo siguiente: nos referimos al doblete. 


Un doblete es una misma historia contada dos veces. Incluso en las traducciones es fácil observar que las historias bíblicas aparecen a menudo con variaciones de detalle en dos lugares diferentes de la Biblia. Hay dos historias diferentes sobre la creación del mundo. También hay dos historias sobre la alianza entre Dios y el patriarca Abraham, dos historias de la designación de Isaac, el hijo de Abraham, dos historias de Abraham asegurando ante un rey extranjero que su esposa Sara es su hermana, dos historias de Jacob, el hijo de Isaac, haciendo un viaje a Mesopotamia, dos historias de la revelación de Jacob en Betel, dos historias de Dios cambiando el nombre de Jacob al de Israel, dos historias de Moisés obteniendo agua de una roca en un lugar llamado Meribá, y muchas más. 


Quienes defendían la creencia tradicional en la autoría de Moisés argumentaban que los dobletes siempre eran complementarios, no repetitivos, y que no se contradecían entre sí, sino que contribuían a enseñarnos una lección mediante su contradicción «aparente». Pero entonces se descubrió otra clave que quitó fuerza a esta respuesta tradicional. Los investigadores descubrieron que, en la mayor parte de los casos, una de las dos versiones de la historia doblada, se refería a la divinidad citándola por el nombre divino de Yahvé (antiguamente pronunciado Jehová incorrectamente), mientras que la otra versión de la misma historia se refería a la divinidad denominándola simplemente «Dios». Es decir, los dobletes se alineaban perfectamente en dos grupos de versiones paralelas de las mismas historias. Cada grupo casi siempre se mostraba consistente con el nombre de la divinidad que utilizaba. Es más, los investigadores descubrieron que no sólo concordaban los nombres de la divinidad en cada grupo. Encontraron igualmente algunos otros términos y características que aparecían regularmente en uno u otro grupo. Ello favoreció la hipótesis de que alguien había utilizado dos fuentes documentales antiguas diferentes, las había deshecho y las había entrelazado juntas para formar así la historia continuada tal y como aparece en los cinco libros de Moisés. 


La siguiente fase de la investigación consistió en separar los dos hilos de las dos antiguas fuentes documentales. En el siglo XVIII, tres investigadores independientes llegaron a conclusiones similares basadas en tales estudios: un ministro alemán (H. B. Witter), un médico francés (Jean Astruc) y un profesor alemán (J. G. Eichhorn). Al principio se pensó que una de las dos versiones de las historias del Génesis fue un texto antiguo que Moisés utilizó como fuente, mientras que la otra versión era la propia escritura de Moisés que describía las mismas cosas pero con sus propias palabras. Más tarde, se pensó que ambas versiones de las historias eran antiguas fuentes documentales que Moisés había utilizado en la redacción de su obra. Pero finalmente se llegó a la conclusión de que ambas fuentes tuvieron que haber procedido de escritores que vivieron después de Moisés. A medida que se avanzaba un poco más en este proceso se atribuía cada vez menos la autoría al propio Moisés. 


La hipótesis de las dos fuentes se había extendido ya a principios del siglo XIX. Los eruditos encontraron pruebas de que, después de todo, en el Pentateuco no existían dos grandes fuentes documentales..., ¡sino cuatro! Dos eruditos descubrieron que en los cuatro primeros libros de la Biblia no sólo había dobletes, sino incluso una serie de historias triples. 


Esto se relacionó con otra prueba sobre contradicciones y lenguaje característico, lo que les persuadió de haber descubierto otra fuente dentro del Pentateuco. Entonces, un joven erudito alemán, W. M. L. De Wette, observó en su disertación doctoral que el quinto libro del Pentateuco, el Deuteronomio, contenía un lenguaje extrañamente diferente al de los cuatro libros que le precedían. En este libro no parecían tener continuación ninguna de las tres fuentes documentales de los libros anteriores. De Wette expresó la hipótesis de que el Deuteronomio era, en realidad, una cuarta fuente aparte de las otras tres. 


Así, y gracias al trabajo desarrollado por numerosas personas, algunas de las cuales tuvieron que pagar un alto coste personal por ello, se empezó a afrontar abiertamente el misterio de los orígenes de la Biblia, y se llegó incluso a formular una hipótesis de trabajo. Fue un paso muy notable en la historia del estudio de la Biblia. Ahora, los eruditos pudieron abrir el libro del Génesis e identificar la escritura de dos, e incluso de tres autores en la misma página. También había que tener en cuenta la propia obra del editor, es decir, de la persona que había deshecho y combinado de nuevo las fuentes documentales originales, para refundirlas en una única historia. De este modo, hasta cuatro personas diferentes pudieron haber intervenido en la producción de una sola página de la Biblia. 


Ahora, los investigadores pudieron comprender que se encontraban ante un  rompecabezas, captando igualmente el carácter básico del mismo. Pero seguían sin saber quiénes fueron los autores de las cuatro antiguas fuentes documentales, cuándo vivieron o por qué escribieron. Tampoco tenían la menor idea sobre quién pudo haber sido el misterioso editor que las había combinado, ni por qué lo había hecho de un modo tan complejo. 


La hipótesis 


Presentándolo de la forma más sucinta posible, el rompecabezas era el siguiente: Existían pruebas de que los cinco libros de Moisés habían sido compuestos combinando cuatro fuentes documentales diferentes hasta formar una historia continua. Debido a propósitos de organización del trabajo, las cuatro fuentes documentales en cuestión fueron identificadas con símbolos alfabéticos. Al documento asociado con el nombre divino de Yahvé/Jehová se le denominó documento J. Aquel que se refería a la divinidad como Dios (en hebreo Elohim), se le denominó documento E. El tercer documento, que resultó ser el más largo, incluía la mayor parte de las secciones legales, y se concentraba en buena medida en cuestiones relacionadas con sacerdotes (en inglés, priests), por lo que fue llamado documento P. En cuanto a la fuente que sólo se encontró en el Deuteronomio se llamó documento D. La cuestión consistía en hallar la forma de descubrir la historia de estos cuatro documentos, averiguando no sólo quiénes los escribieron, sino también por qué se redactaron cuatro versiones diferentes de la misma historia, cuál era la relación entre cada una de ellas, si alguno de los autores fue consciente de la existencia de los otros textos, cuándo se produjeron éstos en el curso de la historia, cómo se preservaron y combinaron, y toda una serie de otras cuestiones. 


Lo primero que se hizo fue intentar determinar el orden relativo en el que fueron escritos los documentos. La idea consistía en ver si cada versión reflejaba una fase particular del desarrollo de la religión en el Israel bíblico. Esta aproximación reflejaba la influencia de las ideas hegelianas en la Alemania del siglo XIX en cuanto al desarrollo histórico de la civilización. 


En este sentido, destacan dos figuras del siglo XIX. Ambas se aproximaron al problema siguiendo caminos diferentes, pero llegaron finalmente a descubrimientos complementarios entre sí. Una de tales figuras, Karl Heinrich Graf, trabajó intentando deducir cuál de los textos tendría que haber precedido o seguido lógicamente a los otros, a partir de las referencias halladas en los diversos textos bíblicos. El otro investigador, Wilhelm Vatke, intentó trazar la historia del desarrollo de la antigua religión israelita mediante el examen de los textos, en busca de claves que pudieran reflejar fases anteriores o posteriores de la religión. 


Graf llegó a la conclusión de que los documentos J y E eran las versiones más antiguas de las historias bíblicas, ya que ellos (y otros antiguos escritos bíblicos) desconocían cuestiones tratadas en otros documentos. El documento D era posterior al J y al E, pues mostraba estar familiarizado con desarrollos ocurridos en un período posterior de la historia. En cuanto al documento P, la versión sacerdotal de la historia, era el último de todos, pues hacía referencia a toda una variedad de cuestiones desconocidas en todas las partes anteriores de la Biblia, tales como los libros proféticos. Por su parte, Vatke llegó a la conclusión de que los documentos J y E reflejaban una fase muy antigua del proceso de desarrollo de la religión israelita, cuando ésta era esencialmente una religión de naturaleza/fertilidad. Determinó igualmente que el documento D reflejaba una fase intermedia del desarrollo religioso, cuando la fe de Israel se había convertido ya en una religión de carácter espiritual/ético; en resumen, debió de haber sido redactado en la época de los grandes profetas de Israel. En cuanto al documento P, lo consideró como una fuente que reflejaba la fase más moderna de la religión israelita, la fase de la religión sacerdotal, basada en los sacerdotes, los sacrificios, el ritual y la ley. 


El intento de Vatke por reconstruir el desarrollo de la religión de Israel, y el de Graf por reconstruir el desarrollo de las fuentes del Pentateuco, señalaban hacia una misma dirección. La gran mayoría de las leyes y una buena parte de la narrativa del Pentateuco no formaban parte de la vida en tiempos de Moisés —y mucho menos podían haber sido escritas por el propio Moisés—, y ni siquiera de los tiempos de los reyes y profetas de Israel. Fueron escritas más bien por alguien que vivió hacia el final del período bíblico. 


Ante esta idea surgieron una variedad de respuestas. Las de carácter negativo procedieron por igual de los eruditos críticos y de los tradicionales. Incluso De Wette, que había identificado el documento D, no estuvo dispuesto a aceptar la idea de que buena parte de la ley fuera tan moderna. Dijo que este punto de vista «hacía gravitar los principios de la historia hebrea no sobre las grandes creaciones de Moisés, sino sobre la nada etérea». Los eruditos tradicionales señalaron que estos puntos de vista representaban al Israel bíblico como una nación no gobernada por la ley durante sus seis primeros siglos de existencia. A pesar de todo, las ideas de Graf y de Vatke terminaron por dominar el campo de los estudios bíblicos a lo largo de un siglo, gracias sobre todo al trabajo de un solo hombre: Wellhausen. 


Julius Wellhausen (1844-1918) surge como una figura poderosa en el campo de la investigación sobre la autoría de la Biblia y en la historia de la erudición bíblica en general. En esta empresa, resulta difícil señalar a alguien en concreto como la persona que pueda ser considerada como «fundador», «padre» o «el primero en», debido al gran número de personas que contribuyeron a llevar la investigación hacia una nueva fase. 


De hecho, los libros y artículos escritos en el campo de la erudición bíblica atribuyen estos títulos a Hobbes, Spinoza, Simón, Astruc, Eichhorn, Graf o Wellhausen. Este último designa con dichos términos a De Wette. En cualquier caso, Wellhausen ocupa un lugar especial en la historia del desarrollo de esta empresa. Su contribución no consistió tanto en impulsar un principio como en alcanzar una culminación de esa historia. Muchas de las cosas que dijo Wellhausen fueron tomadas de quienes le habían precedido, pero la contribución de Wellhausen consistió en reunir todos estos componentes para, junto con una considerable investigación y argumentación propias, configurar una síntesis clara y organizada. 


Wellhausen aceptó la imagen presentada por Vatke sobre la religión de Israel, según la cual ésta se había desarrollado en tres fases. También aceptó la imagen de Graf, según la cual los documentos se habían escrito en tres períodos diferentes. Lo que hizo fue simplemente relacionar ambas imágenes. 


Examinó las historias y las leyes bíblicas tal y como aparecen en los documentos J y E, y argumentó que reflejaban el estilo de vida de la religión en su fase de naturaleza/fertilidad. 


Argumentó también que las historias y leyes del Deuteronomio (D), reflejaban el estilo de vida de la religión en su fase espiritual/ética. Y afirmó que la versión P se derivaba de la fase sacerdotal/legal. Trazó meticulosamente las características de cada fase y período a través del texto de cada documento, examinando la forma en que el documento reflejaba cada uno de los diversos aspectos fundamentales de la religión: el carácter del sacerdocio, los tipos de sacrificios, los lugares de culto y las fiestas religiosas. Investigó las secciones tanto legales como narrativas de los cinco libros del Pentateuco, así como de otros libros históricos y proféticos de la Biblia. Su presentación argumental fue sensible, bien articulada y extremadamente influyente.   


Produjo una construcción poderosa, debido, sobre todo, a que hizo algo más que limitarse a dividir las fuentes según los criterios usuales (dobletes, contradicciones, etc.). Relacionó las fuentes documentales con la historia. Y eso permitió crear una estructura digna de crédito en la que tales documentos se habrían podido desarrollar. De este modo el modelo de Wellhausen empezó a contestar la cuestión de por qué existieron fuentes diferentes. Pero la primera aceptación real de este campo de estudio se produjo cuando surgieron con éxito los primeros análisis históricos y literarios. A este modelo de combinación de las fuentes documentales se le conoció con el nombre de hipótesis documental. Y, desde entonces, esta hipótesis documental ha sido la que ha dominado este campo de estudios. Hasta el presente, cuando uno quiere mostrarse en desacuerdo con algo, debe hacerlo fundamentalmente con Wellhausen. Si lo que se pretende es exponer un nuevo modelo, debe comparar sus méritos ineludiblemente con el modelo de Wellhausen.  


El estado actual de la cuestión 


La oposición religiosa a la nueva investigación persistió a lo largo de todo el siglo XIX. La hipótesis documental se llegó a conocer en los países de habla inglesa gracias sobre todo a la obra de William Robertson Smith, un profesor del Antiguo Testamento en el colegio de la Iglesia Libre de Escocia, en Aberdeen, y editor de la Encyclopaedia Britannica. Publicó artículos en la enciclopedia, tanto suyos como del propio Wellhausen. Fue llevado a juicio ante la Iglesia. Aunque se le declaró inocente de la acusación de herejía, fue destituido de su cargo. También en el siglo XIX, en  Sudáfrica, John Colenso, un obispo anglicano, publicó conclusiones similares que provocaron trescientas respuestas escritas en el término de veinte años. Se le llamó «el obispo impío». 


No obstante, las cosas empezaron a cambiar en el siglo XX. Durante muchos siglos, la Iglesia católica había mostrado una considerable oposición a esta investigación, pero la situación cambió radicalmente en 1943, a consecuencia de la encíclica Divino  Afflante Spiritu, del papa Pío XII, de la que se llegó a decir que fue «una Carta Magna para el progreso bíblico». El papa estimulaba a los eruditos para que buscaran el conocimiento sobre los escritores bíblicos, pues ellos habían sido «el instrumento vivo y razonable del Espíritu Santo...». Y concluía: 


“Que los intérpretes, con todo cuidado y sin descuidar ninguna luz derivada de las recientes investigaciones, determinen el carácter y las circunstancias peculiares del escritor sagrado, la época en que vivió, las fuentes escritas u orales a las que recurrió, y las formas de expresión que empleó.” 


Como consecuencia del estímulo pontificio, los editores del católico Comentario bíblico de Jerónimo, aparecido en 1968, empezaban con esta afirmación: 


“No es ningún secreto que durante los últimos quince o veinte años se ha producido casi una revolución en los estudios bíblicos católicos, una revolución estimulada por la autoridad, ya que su Carta Magna fue la encíclica Divino Afflante Spiritu del papa Pío XII. Ahora, los exégetas católicos han aceptado y aplicado finalmente los principios de la crítica literaria e histórica, considerados como sospechosos durante tanto tiempo. Muchos han sido los resultados: en toda la Iglesia se ha despertado un interés nuevo y vital por la Biblia; los estudios bíblicos han aportado una gran contribución a la teología moderna; ha surgido igualmente una comunidad de esfuerzos y de comprensión entre eruditos católicos y no católicos.” 


También entre los protestantes ha disminuido la oposición al examen crítico de la Biblia, que es estudiada y enseñada por los eruditos críticos en importantes instituciones protestantes europeas. En los Estados Unidos, los eruditos críticos también enseñan en las grandes instituciones protestantes como la Divinity School de Harvard, la Divinity School de Yale, el Seminario Teológico de Princeton, el Seminario Teológico Union y muchos otros. El examen crítico del texto y de sus autores también ha sido aceptado en las principales instituciones judías, y particularmente en la universidad hebrea Union, que es la escuela rabínica reformada y el Seminario Teológico Judío, que es la escuela rabínica conservadora. También se enseña en las grandes universidades de todo el mundo. 


Hasta la pasada generación hubo eruditos cristianos y judíos ortodoxos enfrentados a la hipótesis documental en los círculos académicos. Actualmente, sin embargo, apenas si existe en el mundo algún erudito bíblico que trabaje activamente en el problema capaz de afirmar que el Pentateuco fue escrito por Moisés, o por una sola persona.2 Los eruditos discuten sobre el número de los diferentes autores que escribieron un determinado libro bíblico, sobre cuándo fueron escritos los diferentes documentos, y sobre si un verso en particular pertenece a este o aquel documento. Expresan diversos grados de satisfacción o insatisfacción con la utilidad de la hipótesis, ya sea para propósitos literarios o históricos. Pero la hipótesis en cuestión sigue siendo el punto de partida de la investigación, y ningún estudiante serio de la Biblia puede dejar de estudiarla, entre otras cosas porque ninguna otra explicación de la evidencia se ha atrevido a desafiarla.


 El análisis crítico sobre la autoría también se ha extendido más allá de los cinco libros de Moisés, alcanzando a cada uno de los libros de la Biblia. El libro de Isaías, por ejemplo, fue adscrito tradicionalmente al profeta Isaías, que vivió en el siglo VIII a. de C. La mayor parte de la primera mitad del libro concuerda con esa tradición. Pero los capítulos 40 a 66 del libro de Isaías parecen haber sido escritos por alguien que vivió unos dos siglos después. Hasta el libro de Obadías, que sólo tiene una página, ha demostrado ser una combinación de piezas de dos autores. 


En nuestros tiempos, nuevas herramientas y nuevos métodos han producido importantes contribuciones. Los nuevos métodos de análisis lingüístico, desarrollados ampliamente durante los últimos quince años, han permitido establecer una cronología relacionada de partes de la Biblia, midiendo y describiendo las características del hebreo bíblico en los distintos períodos. Expresado en los términos más simples se puede afirmar que Moisés estaba más lejos del lenguaje empleado en la mayor parte del Pentateuco, de lo que Shakespeare lo estaría del inglés moderno. Desde los tiempos de Wellhausen también se ha producido una verdadera revolución arqueológica, gracias a la cual se han aportado importantes descubrimientos que deben figurar ahora en toda investigación sobre los autores bíblicos."


  2. Hay muchas personas que afirman ser eruditos bíblicos. Cuando hablo de eruditos me estoy refiriendo únicamente a aquellas personas que poseen la formación  necesaria y conocimientos de lenguas, arqueología bíblica y habilidades literarias e históricas suficientes para trabajar en este problema, y que se reúnen, discuten y debaten sus ideas y los resultados de sus investigaciones por medio de publicaciones universitarias, conferencias, etcétera.   


R. E. Friedmann “¿Quién escribió la Biblia?”

Págs. 13-25

http://obrerofiel.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/2014/01/1-Quien-escribio-la-Biblia.pdf  

Tuesday, September 12, 2017

PROYECTO BIBLIA DESNUDA. 14. AHORA SURGE OTRA CUESTIÓN: ¿CÓMO SE ESCRIBIÓ LA BIBLIA?

PROYECTO BIBLIA DESNUDA. 14.
AHORA SURGE OTRA CUESTIÓN: ¿CÓMO SE ESCRIBIÓ LA BIBLIA?

En la anterior entrega hicimos una breve introducción a la pregunta “¿Quién escribió la Biblia?”, haciendo una breve cita de la extraordinaria y muy importante obra homónima de R. E. Friedmann. 

Creemos que en estas ‘simples’ preguntas y las que con ellas se relacionan (cómo surgió el texto de la Biblia, quiénes escribieron, quiénes hicieron las compilaciones, selecciones, traducciones, quiénes validaron o no los textos, etc., etc.) se resume todo el meollo del asunto que estamos tratando: la desmitificación de lo que millones de personas consideran ser ‘la sagrada Palabra de Dios’. 

El sólo intentar introducirnos a las respuestas de estas preguntas nos mete en un laberinto de dimensiones colosales y de muy complejas ramificaciones. Porque estamos hablando de un proceso –más bien procesos- que abarcan unos 3000 años –sólo contando desde la aparición de las posibles primeras versiones orales de las ‘Escrituras’-, no sólo hablando de la instauración definitiva del canon de la Biblia que conocemos –que quedó más o menos fijado alrededor del siglo IV d.C.- que en todo caso, no es del todo definitivo puesto que ya hemos mencionado las diferencias entre las biblias católica, protestante y ortodoxa; sino también de todos los análisis, estudios, críticas, contra-críticas, exégesis, interpretaciones, precisiones, descubrimientos, traducciones, en fin, todo el proceso que ha significado designar a las escrituras sagradas judeo-cristianas como ‘infalible Palabra de Dios’ y las implicaciones políticas, sociales, históricas, culturales, civilizatorias, etc., que todo ello ha llevado consigo.

Quizá sea por eso que tan compleja labor se ha dejado para los ‘expertos’ y sobre todo, los expertos religiosos: sacerdotes, rabinos, académicos, exegetas, presbíteros, pastores, especialistas, teólogos, biblistas, etc., que simplemente imponen la opinión generalizada: los que saben, los que han estudiado, los santos, los iluminados, los ordenados, los autorizados por Dios y ‘sus’ iglesias, los inspirados por el Espíritu Santo, los fieles, los doctos en la materia, ya se han quemado las pestañas, el cerebro, el corazón y el alma y han invertido muchísimos años y muchos siglos para dictaminar lo que ‘siempre se ha sabido’, que la Biblia es la certera, santa, suficiente, e inerrante Palabra de Dios. Que la ‘Palabra de Dios’ es una sola y uno solo su autor, Dios, y todo el mundo está de acuerdo en cuáles son esas palabras, si bien no todos de acuerdo en su significado e implicaciones.

Pero no es cierto. Simplemente no es cierto.

Es decir, lo que la inmensa mayoría de los creyentes –y también, no creyentes- judeo-cristianos del mundo piensa en general acerca de la Biblia: ciertos hombres supuesta o pretendidamente inspirados escribieron unos textos que quedaron plasmados, completos y consolidados en alguna parte y luego estos textos se copiaron fielmente y se tradujeron fidedignamente y llegaron así hasta hoy; no es verdad. En otras palabras, no es veraz, sobre todo en la parte “escribieron”, “plasmaron” y “copiaron”. Sin ni siquiera referirme –por ahora- a lo de “fielmente” y “fidedignamente”, ni mucho menos a lo de “inspirados”…

Ya en la anterior entrega  nos referimos a uno de los ejemplos fundamentales de este asunto: los llamados ‘escritos de Moisés’, quien como vimos, no escribió nada –o casi nada, si acaso- por más que aún hasta el sol de hoy se le atribuya la autoría de nada más y nada menos que del Pentateuco; los 5 primeros libros de la Biblia. 


La inmensa mayoría de los creyentes judeo-cristianos del planeta creen que Moisés un día se sentó a escribir en unas tablas de piedra, o quizá en unos pergaminos, que esas escrituras extensísimas quedaron de una vez completas y perfectas, y de alguna manera se conservaron, luego sacerdotes, rabinos, y sabios judíos los cuidaron con esmero, hicieron copias generación tras generación, luego se tradujeron con mucho celo y precisión, luego la iglesia cristiana las adoptó y validó y así llegaron a las Biblias que tenemos hoy en día. 
Pues no. Las cosas son inmensamente, asombrosamente mucho más complejas y enrevesadas. Pero lo más asombroso de todo es que la inmensa mayoría de creyentes no lo sepa así, y que se los siga engañando, aún en pleno siglo XXI.

Y en verdad, lo que sospechamos aquí es que es precisamente a causa de esta enorme complejidad que resulta más fácil decirle a los creyentes, y estos creerlo porque lo dicen personas ‘autorizadas’, y más, comenzando por sus mismas Biblias que tienen en mano, que el Génesis es el “1er. Libro de Moisés”, o el Éxodo el “2do. Libro de Moisés”, y así sucesivamente. Quienes hagan preguntas incómodas, seguramente se verán desalentados, intimidados, o abrumados, ya sea por la desaprobación de esas personas con ‘autoridad’, o por el gran esfuerzo que hay que emplear para adentrarse en el tema. Y más si ello desafiará sus creencias previas.
Así que continuamos con nuestro propósito de intentar, en lo que más se pueda, facilitar este esfuerzo, planteando algunos núcleos fundamentales de información y comprensión del tema.
En este caso, en lacuestión ¿cómo se escribió la Biblia?, lo que plantearemos a continuación es una idea muy básica, pero verdaderamente esencial: 

No existe ni existió jamás un texto único para las escrituras bíblicas. No surgieron en un proceso lineal por parte de autores conocidos y luego transmitidos directa y fielmente. No existe ni existió jamás una sola versión, ni un solo origen, ni una sola tradición, ni una sola fuente, y por supuesto, no existe ningún ‘original’ de ningún texto, ni autógrafo, ni legado, ni directo, de ninguna escritura bíblica por parte de ningún ‘autor’.

 

La Biblia es el resultado de un complejísimo proceso de tradiciones orales, por parte de distintas comunidades, de distintos procesos históricos, y luego de diferentes y disímiles sub-procesos de redacción, escritura, copia, transmisión, compilación, selección, corrección, actualización, autorización, traducción, re-traducción, y posteriormente, de canonización, que tampoco a fin de cuentas ha sido nunca único, definitivo, preciso, o universalmente aceptado. Y esto tanto en los llamados ‘Antiguo Testamento’ como en el ‘Nuevo Testamento’.

Son muchísimas y de muy larga data las fuentes, las tradiciones, los orígenes, y procesos históricos involucrados aquí.

Y para tan sólo esbozar esta complejidad, que esperamos desarrollar posteriormente, veamos a continuación dos aspectos fundamentales en este tema:

1. Distintas versiones y orígenes de los textos bíblicos en la Historia y sus continuos cambios.

Fuentes, documentos, registros, redacciones, composiciones, adaptaciones, y materiales sumamente variados que entran en distintos procesos y contextos históricos y culturales.

 

 

2. El proceso de selección y distinción entre textos autorizados, ‘canónicos’ y los no autorizados o ‘apócrifos’.

Un verdadero entramado de diversos procesos de caracterización, evaluación, determinación, adopción de criterios, y por supuesto, la entrada en juego de factores e intereses de poder religioso, político, económico, que conforman esa selección de textos. Quién selecciona, quién determina, qué, cómo, cuándo, dónde y por qué. Lo cual consideramos el tema de fondo aquí. El tema esencial y central.

 


Ambos puntos constituyen enormes temas de estudio e investigación, incluso hoy. Nada es definitivo, nada está plenamente examinado.

Sin embargo, mencionemos algunos aspectos en ambos planteamientos:

Sobre el 1er. punto. En el propio Antiguo Testamento ya observamos referencias a pretendidos antiguos libros o textos –perdidos- que formaron parte de las fuentes supuestamente utilizadas:
Algunos de los primeros registros escritos de la Escritura hebrea se mencionan por nombre en la propia Biblia:
 
Ø El «Libro de las Guerras de Jehová» (Números 21:14,15),
Ø El «Libro de Jaser» (Josué 10:12-14),
Ø Las «Crónicas del profeta Natán» (2 Crónicas 9:29 ),
Ø La «Historia del profeta Iddo» (2 Crónicas 9:29),
Ø El «Libro de los Hechos de Salomón» (1 Reyes 11:41),
Ø El «Libro de las Crónicas de los Reyes de Judá» (1 Reyes 15:7),
Ø El «Libro de las Crónicas de los Reyes de Israel» (1 Reyes 15:31).

Por otra parte, los eruditos bíblicos creen hallar en muchas partes del Pentateuco rastros de primitivos documentos escritos que entraron en la composición de los libros del Antiguo Testamento:

Ø El «Libro del Pacto» (Éxodo 20:22-23:33),
Ø El «Pequeño Libro del Pacto» (Éxodo 40),
Ø El «Código de Santidad» (Levítico 17-26),
Ø El «Ritual del Arca» (Números 10:35-36)

También hay que decir –y a ello nos referiremos luego-, que por tradición oral o por medio de documentos antiguos, los hebreos heredaron preceptos jurídicos de ancestrales códigos, correspondientes a un origen y contexto histórico y cultural común del área comprendida desde Mesopotamia hasta Egipto. De ahí algunas semejanzas de forma entre la literatura bíblica y la de otros pueblos aledaños. A esto es a lo que se refieren algunos como los ‘plagios’ del Antiguo Testamento. Es decir, al parecer Dios en algunos momentos inspiró a sus amanuenses plagiar a culturas o materiales literarios vecinos.

Pero durante siglos, el modo fundamental de transmisión de estos contenidos, fue la vía oral. La transmisión escrita comienza durante la cautividad babilónica del pueblo hebreo, hacia mediados del siglo VI a.C., y se intensifica al regreso, muy especialmente, según la tradición, bajo la dirección y ejemplo del profeta Esdras. Pero aún es el período que podríamos llamar de prehistoria del texto. Su historia propiamente dicha, cuando ya puede hablarse de una etapa formal de transmisión casi exclusivamente escrita, comienza hacia el año 300 a.C.

Por supuesto, tanto la transmisión oral como la manuscrita, no ofrecen ningunas garantías de fidelidad, unidad, o ausencia de errores. En este caso, aún si el contenido fuese ‘inspirado’ por el Espíritu Santo, nada indica que la transmisión también estaría inspirada. Es decir, que los seleccionadores, determinadores, compiladores, copistas, etc., estuviesen también ‘inspirados’ y dotados de ‘infalibilidad’. Así lo reconocen los biblistas serios de todas las tendencias. Citemos a un teólogo de tendencia católica:


“El texto del Antiguo Testamento se transmitió durante muchos siglos bajo la forma manuscrita. Por tanto, es natural que, durante este largo período de transmisión, se hayan introducido en el texto errores de transcripción. Al mismo tiempo, antes del siglo I de nuestra era, el texto fue objeto de cambios, de añadidos que reflejaban diversas tradiciones. Esta fluidez sugiere que la preocupación por conservar el texto en una forma única y pura sólo se convirtió en un valor hacia el siglo I. El resultado de esta otra mentalidad es que existen diversas formas del texto, que son evidentes, por ejemplo, en el texto masorético, en la traducción griega de los Setenta (LXX) y en el Pentateuco samaritano.”

(“El Texto del Antiguo Testamento”, escrito por Stephen Pisano. Capítulo 2 del libro: “Metodología del Antiguo Testamento”, de Horacio Simion-Yofre. Editorial Sígueme, Salamanca, 2001, pág. 43.)



Más claro, imposible. Por “Pentateuco samaritano”, texto masorético, traducción griega de los Setenta, se entienden distintas versiones y redacciones del primitivo texto del Antiguo Testamento. A ello probablemente nos referiremos en otra oportunidad. Baste por ahora mencionar que estas distintas versiones, tradiciones y redacciones son bastante abundantes, y traen mucha tela que cortar en muchos aspectos. Sólo a manera de ilustración citemos algunas de estas versiones, que han sido el quebradero de cabeza de los estudiosos durante siglos y hasta milenios, hasta hoy:

VERSIONES ARAMEAS (Tárgumes)
Onkelos (siglo II o III d.C.)
Seudojonatán (siglo I d.C.)
Samaritano [Pentateuco] (siglo I d.C.)
Palestino (siglo I d.C.)

Durante la época persa, los judíos adoptaron la lengua aramea. Ello obligó a disponer de traducciones arameas de la Biblia. Estas traducciones reciben el nombre de “Tárgumes” (Targum=traducción).

VERSIONES GRIEGAS
Septuaginta (Biblia griega de los 70),
Aquila (siglo II d.C.),
Teodoción (siglo II d.C.),
Símaco (siglo II d.C.).

Con anterioridad a las grandes revisiones cristianas de los siglos III y IV, el judaísmo había sentido ya la necesidad de adecuar el texto de la Septuaginta (Biblia escrita en Egipto en griego por una comisión de 70 sabios judíos alrededor del siglo II a.C.)por dos motivos: a) No la consideraban fiel al texto hebreo; b) Era la versión que usaban los cristianos para demostrar que Jesús era el Cristo. Las traducciones que sustituyeron a la LXX llevan los nombres de Aquila, Teodoción y Símaco.

VERSIONES SIRIACAS
Peshitta (siglo II-III d.C.)
VERSIONES LATINAS
Vetus Latina (siglo II-III d.C.),
Vulgata (siglo IV d.C.).

Hasta el siglo III d.C. la lengua de la iglesia en occidente siguió siendo la lengua griega (Clemente, Ireneo...). Laliteratura cristiana en lengua latina nació a partir del sigloII en el norte de África (Tertuliano…).

El término Vetus Latina no se refiere a una traducción única y completa de la Biblia al latín, sino que designa el conjunto de traducciones anteriores a la versión Vulgatade san Jerónimo (finales del siglo IV).

Y aún cabría más que mencionar. Pero baste con esto para señalar nuestro punto: existieron diversidad de versiones, redacciones, traducciones, documentos, tradiciones, etc., sobre las cuales elegir. La Biblia no surgió de un ‘plumazo inspirado’ que algunos santos recogieron en escrituras y luego se transmitieron fielmente. La historia es muy distinta. Cómo fue esa historia será tema de otra oportunidad, u otros espacios.

Por cierto, que sobre los textos del llamado “Nuevo Testamento” ocurre otro tanto. No igual, pero bastante similar en muchos aspectos. Ya nos referimos luego a ellos.

Sobre el 2do. punto, el de los textos autorizados o no autorizados, habría que decir que la Biblia oficial –aunque reiteramos nuevamente, son distintas las Biblias judía, protestante y católica, nada más para empezar por allí- consta de una cantidad de libros ‘oficiales’, a saber:





A.T.           N.T.                 TOTAL
JUDÍOS                        39                                          39
PROTESTANTES        39               27                       66
CATÓLICOS               46               27                       73






           LIBROS DE LAS DIFERENTES BIBLIAS



Como hemos señalado antes, la diferencia es que la Iglesia Católica reconoce como canónicos o ‘inspirados’, 7 libros que ni judíos ni protestantes aceptan: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, Macabeos I y Macabeos II. Son los llamados “apócrifos” tanto por judíos como protestantes, y “deuterocanónicos” –es decir, segunda revelación- por los católicos.

Quiénes y cómo y por qué decidieron que estos libros serían o no incluidos en la Biblia oficial es toda una larga historia. A nosotros nos basta con constatar el hecho: alguien escribió, redactó, compiló, transmitió, tradujo, ordenó, decidió, determinó, etc., y propuso e/o impuso esos libros como escritos inspirados o revelados, y otros los aceptaron y otros no los aceptaron. Con criterios y razones que siguen debatiéndose hasta hoy en una historia de al menos 2500 años. Pero así es. No existe la Biblia que surgió inspiradamente única, completa, pura, o perfecta, ni existe ni existió el único criterio, ni el único canon, ni la única ‘autoridad’, ni mucho menos la única ‘autoría divina’. Sólo existen y han existido decisiones humanas tomadas por razones humanas, o más bien ligadas a juegos de poder, dominio, influencia, control, que han implicado además vida o muerte, guerra, luchas, crimen, destrucción… Razones humanas, demasiado humanas pues.

Pero es que este asunto ni siquiera acaba aquí. Porque ocurre que existen decenas de otros libros apócrifos, que si bien nunca entraron en el canon autorizado por parte de ninguna de las tradiciones religiosas vencedoras, el hecho es que existen, alguien los escribió, también pensaba hacerlo en nombre de Dios o de su santo Espíritu, también están llenos de preceptos morales, religiosos, espirituales, normas, rituales, leyes, que a veces coinciden con los textos autorizados y a veces no, pero ahí están, también tuvieron su proceso de desarrollo, elaboración y existencia, y por tanto, formaron parte de la discusión, el debate, las pugnas de poder y el seguimiento o veneración por parte de determinadas comunidades religiosas o pueblos enteros. 

Este asunto de las escrituras apócrifas reviste tanta importancia, que en la actualidad es todavía amplio tema de estudio y examen debido a sus numerosas implicaciones.

Seguramente volveremos a tocar este tema posteriormente, pero por ahora mencionemos que existen alrededor de 100 libros apócrifos –no hay un número específico- entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Ejemplos:
Antiguo Testamento:
El libro de Henoc, El libro de Jubileos, Testamento de los doce Patriarcas, Salmos de Salomón, Asunción de Moisés, Ascensión de Isaías, Sibilas judías, 3 y 4 Macabeos, Plegaria de Manasés, El libro esclavo de Henoc, Salmos de Salomón, Odas de Salomón, Oración de Manasés, Libro arameo de Ajicar, José y asenet, Oráculos sibilinos, Apocalipsis de Adán, Apocalipsis de Abraham, Apocalipsis de Elías, Apócrifo de Ezequiel, Apocalipsis siríaco de Baruc, Apocalipsis griego de Baruc, Apocalipsis de Sofonías, Apocalipsis de Sedrac, Libro IV de Esdras, Apocalipsis griego de Esdras, Visión del bienaventurado Esdras.

Nuevo Testamento: (con enlaces)

Y ‘terminando’ con

Uno de los más recientemente descubiertos.


Reiteramos, no son todos los textos apócrifos. Como se puede ver, mucha tela que cortar en este asunto.¿Quiénes decidieron qué escritos, redacciones, versiones, o materiales, eran o no canónicos, ‘inspirados’, autorizados, ‘divinos’, es decir, reglamentarios, a fin de cuentas? Mucho que decir respecto a cómo, por qué y en qué contexto todo esto sucedió. En todo esto pudiera citarse el versículo evangélico “muchos fueron los llamados y pocos los escogidos”. El punto es cómo y por qué, por parte de quiénes y con qué intereses. Repetimos: quién selecciona, quién determina, qué, cómo, cuándo, dónde y por qué, es el tema de fondo aquí. El tema esencial y central. Y el punto central es que nada de esto lo llevó a cabo ningún dios o un ‘santo’ espíritu, sino muy concretos intereses, fines y pasiones humanas. Usualmente humanas ambiciones de control, dominio y poder que se escudan o justifican detrás de Dios o sus ‘representantes’.

Sobre ello seguiremos abundando en próximas oportunidades.

(Y no hemos entrado en el asunto de los idiomas, las traducciones, las variaciones estilísticas, o los distintos ‘públicos’ de la Biblia. Pero eso será en una próxima ocasión.)