Monday, February 19, 2018

PROYECTO BIBLIA DESNUDA 17



PROYECTO BIBLIA DESNUDA 17

LA BIBLIA Y EL “PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS”. II PARTE.




Asomamos en el capítulo anterior que la mención de Satanás en la Biblia es algo escasa. Sobre todo en el llamado Antiguo Testamento aparece sólo en unas 14 oportunidades, y no todas de la misma manera ni con el mismo significado. En el Nuevo Testamento es mencionado con más profusión, pero nuevamente, sin que todas estas alusiones tengan una significación u origen similar.

Porque ya indicamos también que la creación del personaje antitético de Dios tal como se elaboró en las teologías judeocristianas, es el resultado de un largo proceso histórico a través de varias etapas, primero en la tradición hebrea en la que prácticamente no había ninguna necesidad de un personaje demoníaco origen del mal y por tanto no existía, luego en algunos sucesos históricos de la historia judía, en la que se fue incorporando poco a poco la filosofía dualista de pueblos vecinos o de sus antagonistas, iniciando el surgimiento de un personaje demoníaco –o personajes-  con características diversas según el momento, y luego ya con el surgimiento de las sectas cristianas paulatinamente separadas de la cultura judía, un personaje central cada vez más desarrollado y plenamente definido, aunque con distintas características también según el espacio y el tiempo que se traten.

Por tanto, en esta oportunidad desarrollaremos algunos de estos puntos con más precisión y detalle, tratando de mantener la concisión y claridad, para no resultar demasiado extensos. Y como hemos venido haciendo hasta ahora, aprovecharemos los caminos ya transitados por parte de innumerables estudiosos que han abordado estos temas de manera exhaustiva. Claro, sólo echaremos mano de unos pocos de ellos para no saturar al lector.

Sobre el proceso de nacimiento del diablo Satanás, tomemos lo expuesto por Josep Martínez Garrido, de la  Universitat Autònoma de Barcelona,  en su monografía “Construyendo a Satán. Una aproximación histórico antropológica al constructo Imaginario” quien a su vez, echando mano de interesantísimos trabajos realizados por verdaderos eruditos como Georges Minois (“Breve Historia del Diablo”. 2002), Elaine Pagels (“El Origen de Satán”. 1995), Alfonso Fernández Tresguerres (“Satán la otra historia de Dios”. 2004) y muchos otros, nos dice:


“Por lo que respecta a la etimología de nuestro homenajeado; Satán, el Diablo o el Demonio, palabras que han acabado siendo redundantes sinónimos, tienen en su exégesis filológica una diferente adscripción.

Satán es una palabra de origen hebraico (STN) que significa oponerse, impedir, hostigar, donde su sentido es simplemente el de enemigo o adversario.

Posteriormente el término Satán en los textos jurídicos hebreos, es usado con el sentido de acusador ante el tribunal y el término Sitna, derivado de la misma raíz es la acusación. Por ejemplo en el Apocalipsis se nos dice: “Entonces oí una voz sonora en el cielo que decía: He aquí el tiempo de salvación de la potencia, y del reino de nuestro Dios, y del poder de su Cristo: porque ha sido ya precipitado el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba día y noche ante la presencia de nuestro Dios” (Ap. 12:10).

Diábolos es el término griego, del verbo diabállö, diaballein, significa poner obstáculo. Encontramos la palabra diábolos también con el significado de adversario, el enemigo.

En la Biblia de los Setenta, el término Satán (enemigo, adversario, acusador) será traducido por diabolos (calumniador, malediciente), de donde derivará Diablo, otro de los usuales nombres del maligno (Fernández, 2004).

Demonio proviene así mismo del griego daimon, éstos eran una especie de genios o espíritus, unas entidades sobrenaturales neutrales, a veces buenas en otras ocasiones malas que se encarnan en los cuerpos. Esta idea de la filosofía griega la retomará Plutarco, para quien los daimones son almas intermedias que pueden llegar a ser dioses o caer de nuevo en el rango de hombres (Minois, 2002:23). Plutarco llegará a decir que si ve a Apolo destruyendo una ciudad, de ningún modo debemos creer que es realmente él: se trata sin duda de un demonio que ha adoptado su forma. Al final de la época helenística daimon o daimonion tienen ya unas connotaciones puramente negativas: son entes maléficos, que castigan a aquellos individuos que han pecado (Fernández, 2004).

El diablo tal y como lo conocemos en la actualidad es una figura de origen judeocristiano, inseparable de la del Dios monoteísta que desarrollarán los cristianos (indisociable de ese ser cúmulo de omnipotencia y virtudes) que acabó por dar pie a su nacimiento, como al de su propio hijo Jesús. Y esto es básicamente lo que intentaré explicar aquí.

Otras culturas no necesitan de él, como afirma Georges Minois; los politeísmos no lo necesitan realmente; la multitud de dioses, que limita el poder de cada uno y engendra rivalidades entre ellos, basta para explicar la existencia del mal, provocado por esos seres ambivalentes, bienhechores y destructores a un tiempo, según sus intereses (Minois, 2002: 11).

Esos dioses de actitudes tan ambiguas como las de los mismos hombres que en definitiva los han inspirado, no requieren de figuras contrapuestas, de imágenes en el espejo. Su ambigüedad los inmuniza ante tal necesidad. Por el contrario con el advenimiento del monoteísmo cristiano, se idealizará progresivamente la figura del Dios creador, depurándola hasta alcanzar la esencia actual. Tenemos un Dios colérico y castigador en el Antiguo Testamento (el Dios de los judíos), injusto y sanguinario que en no pocas ocasiones se complace con la muerte, que evoluciona hacia el bondadoso ser del Nuevo Testamento y que culmina en el actual nuevo sentir cristiano, donde se identifica a Dios con el más loable de los sentimientos humanos; el amor.

Este proceso de transformación de Dios es lo que yo he dado en llamar el alambicado proceso de teogénia judeocristiana. Alambicado porque la evolución de este dios creador me recuerda el proceso de destilación etílica, con sus embriagadores resultados perdurando hasta nuestros días.

Así tenemos que el grupo sectario, de emergentes cristianos destila al Dios judío, transformándolo en un ser puro, alejándolo de la maldad y la iniquidad, acercándolo idealmente al mensaje social que este grupo intenta transmitir para medrar en su contexto histórico.

Destilando y destilando consiguen un Dios único, absoluto, que es el origen de todo, y por ello del bien y del mal. El concepto puro, se construye omnipotente e infinitamente bueno, la idealización de lo que este mundo no es y menos en época romana.

Un Dios que además ofrece una suculenta recompensa a sus adeptos: la salvación eterna tras la muerte.

Se necesita pues de una figura que va a ser la antítesis del concepto puro, para explicar entre otros, el padecimiento físico de la humanidad. La única forma de sostener este constructo ideológico es incorporando un subterfugio que permita explicar cómo es posible no la maldad diría yo, sino el dolor, y aparece en escena el agasajado personaje de este artículo, por lo que si el diablo non e vero, e ben trobato. O mejor dicho re trobato, porque este ardid no es nuevo, ya lo ha usado el mazdeísmo, como veremos más adelante.”


Como hemos visto, existe todo un desarrollo histórico del concepto de diablo, demonio, o Satanás, que comprende determinadas etapas, primero de la historia del pueblo judío y luego, de la historia del cristianismo.

Recordemos, como expusimos antes, una síntesis de estas etapas en el desarrollo histórico del pueblo judío:

1)      Etapa Patriarcal: Abraham, Jacob, Isaac, etc. (+/- 2000 - 1600 a.e.C.)
2)      Etapa Mosaica: Moisés. (Alrededor de 1200 a.e.C.)
3)      Etapa de Jueces y primeros reyes de Israel: David, Salomón. (1200 – 1000 a.e.C.)
4)      División de los reinos de Israel y Judá (930 a.e.C.)
5)      Destrucción del reino de Israel por los Asirios (721 a.e.C.)
6)      Destrucción del reino de Judá por el imperio babilónico. Exilio judío en Babilonia. (587 a.e.C.)
7)      Etapa post-exílica. Retorno del pueblo de Israel a Palestina. (538 a.e.C.)
8)      Etapa Persa. 534 – 331 a.e.C.
9)      Etapa helenística. 331 – 50 a.e.C.
10)  Etapa romana. (50 a.e.C. – 70 e.C.)

Recordemos entonces que las primeras tradiciones orales y escritas que empezarían a conformar lo que resultarían ser luego las escrituras bíblicas, comenzarían con el reino de David (alrededor de 1000 a.e.C.) y empezarían a redactarse en varias etapas que se empezarían a compilar bajo el reino de Josías (+/- 600 a.e.C.), es decir ya divididos los reinos de Israel al norte y de Judá al sur, y ya destruido el primero bajo el asedio del imperio asirio.


Las alusiones a Satanás en estos primeros escritos bíblicos son prácticamente ¡nulas!, es decir, jamás aparece ni Satanás, ni Lucifer, ni diablo alguno en las primeras historias y tradiciones religiosas de Israel. No es sino después del exilio babilónico y su tremendo influjo sobre la cultura judía que empiezan a tomarse influencias del zoroastrismo, -mazdeísmo- y otras concepciones religiosas de ese entorno y particularmente traumático momento, que devienen en el paulatino ‘nacimiento’ de Satanás el acusador, y posteriormente, el diablo origen y gestor del mal.


Así, empieza a aparecer el nombre de Satán en uno que otro de los libros bíblicos, sobre todo a partir del siglo VI antes de la era cristiana, pero ¡ojo!, que no siempre este Satán es un ente personal, o un personaje específico. En muchas ocasiones es sólo el apelativo para una situación de acusación o enemistad. Tal y como veremos inmediatamente.


Demos para ello la palabra al erudito en investigaciones bíblicas Antonio Piñero:


Los judíos estaban rodeados por religiones que creían en demonios o seres maléficos, aunque aún no habían desarrollado -salvo quizás el caso de Ahrimán en el mundo iranio- la concepción del Diablo tal como la entendemos hoy. Los israelitas participaban también de esas creencias que podemos considerar más o menos comunes, pero a ellos corresponde el honor de haber dado forma a lo largo de los siglos a la figura del Diablo, común hoy en el mundo de influencia cristiana.
Por esta razón, tras haber considerado estos antecedentes y trasfondo, debemos ahora concentrar ahora nuestra atención en las nociones más específicas que la literatura judía anterior al cristianismo -la Biblia y los escritos apócrifos o falsos del Antiguo Testamento- albergaba sobre el Espíritu Maligno y los demonios. Estas nociones serán el antecedente inmediato de las ideas cristianas. El Antiguo Testamento distingue nítidamente entre un presunto Espíritu Malo, llamado Satán, y los demonios propiamente tales, por lo que nos es necesario tratarlos de modo separado.
En primer lugar, en todo el Antiguo Testamento apenas si aparece Satán, o Satanás, y la figura de un espíritu maligno, encarnación del mal, está muy desdibujada. Apenas si llegan a una docena los textos en los que encontramos la palabra “satán”.
Este vocablo en la Biblia hebrea no es, normalmente, un nombre propio, la denominación de algún espíritu particular, sino un nombre común, que significa el “adversario”, o el “enemigo”, ya sea en el sentido más trivial del término o con un significado jurídico (quizás se halle en este ámbito el origen del vocablo), o político militar. Como tal nombre común, la designación de “satán” puede aplicarse tanto a los hombres como a los espíritus.
Así ocurre, por ejemplo, en la conocida historia del profeta mago Balaán, contratado por el rey de Moab, Balaq, para maldecir a Israel. Pero, cuando Balaán iba de camino para cumplir este cometido “se encendió la ira de Yahvé y su ángel se interpuso en el camino para estorbarle” (literalmente, haciendo de “satán”): Números 22,22. Igualmente, David llama “satán” a uno de sus acompañantes, Abisay, quien indicaba al rey que debía liquidar a Semeí, por haberle maldecido. Pero David le replicó: “¿Qué tengo yo contigo… que te conviertes hoy en adversario (‘satán’) mío?“: 2 Samuel 19, 22 23.
El oponente en el campo de batalla es también un “satán”. Así, en 1 Samuel 29,4, los jefes de los filisteos que van a la guerra contra Israel despiden previamente a David (mercenario suyo hasta el momento) con el siguiente argumento: “Que regrese ese hombre y se vuelva al lugar señalado, que no baje con nosotros a la batalla, no sea que se vuelva nuestro adversario (‘satán’) durante la pelea”.
En el prólogo del libro de Job la figura de Satán nada tiene que ver con un ser demoníaco y esencialmente perverso, sino que aparece como el fiscal del tribunal celeste. Es, por tanto, un agente divino, encargado de tareas encomendadas por Dios. Su misión es acusar a los hombres ante el trono celestial cuando hacen alguna cosa mala. Este Satán, fiscal o acusador, también puede tener como tarea al servicio de Dios probar a los hombres mediante el dolor o la desgracia, es decir tantear hasta qué grado llega su virtud o su fidelidad a la divinidad. Más que “tentador” en esta función habría que designarlo como “tanteador”. El texto dice así:
“Un día cuando los Hijos de Dios (los ángeles) venían a presentarse ante Yahvé, compareció también entre ellos Satán. Y Yahvé dijo a Satán: ‘¿De dónde vienes?’ Satán respondió a Yahvé: ‘De recorrer la tierra y pasearme por ella’. Y Yahvé dijo a Satán: ‘¿No te has fijado en mi siervo Job’ ¡No hay nadie como él en la tierra! Es un hombre recto y cabal, que teme a Dios y se aparta del mal’. Respondió Satán a Yahvé: ‘¿Es que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú una valla en torno a él, a su casa y a todas las posesiones’… Pero extiende tu mano y toca sus bienes; ¡verás si no te maldice a la cara!’ Respondió Yahvé a Satán: ‘Ahí quedan todos sus bienes en tus manos. Cuida sólo de no poner tu mano sobre él’. Y Satán salió de la presencia de Yahvé” (Job 1,6 12).
Inmediatamente Satán se encarga de que Job vaya perdiendo una a una todas sus posesiones. Pero el desdichado se mantiene fiel a Yahvé: no peca, ni profiere ninguna insensatez contra la divinidad. Pasado un cierto tiempo, en un momento en el que, igualmente, los Hijos de Dios venían a rendir cuentas ante Yahvé, aparece entre ellos Satán. Entonces Dios habló así, dirigiéndose al ángel:
“‘¿De dónde vienes?’ Satán respondió a Yahvé: ‘De recorrer la tierra y pasearme por ella’. Y Yahvé dijo a Satán: ‘¿Te has fijado en mi siervo
Job?… Aún persevera en su entereza, y sin razón me has incitado
contra él para perderle’. Respondió Satán a Yahvé: ‘¡Piel por piel! ¿Todo
lo que el hombre posee lo da por su vida! Extiende tu mano y toca sus
huesos y su carne, ¡verás si no te maldice a la cara!’ Y Yahvé dijo a
Satán: ‘Ahí lo tienes en tus manos; pero respeta su vida’” (2,1 6).
La lectura de este texto capital nos indica que en el momento de su composición (probablemente en el s. V a. C., desde luego después de la vuelta del destierro en Babilonia) Satán no es el Príncipe del Mal, ni tampoco el origen de éste que se atribuye a Dios, sino un servidor más de la corte celestial. Ciertamente muestra un poco de mala idea, y se encarga de convencer a Dios para que dañe a Job. Yahvé accede un tanto a regañadientes y luego reprocha a Satán el haberle incitado a hacer daño. En este texto, pues, Satán es en todo caso el aspecto relativamente dañino de una divinidad ambivalente, el lado sombrío de ésta, el poder destructivo de Yahvé, que delega en su ángel.
(Negrillas, subrayado y cursivas mías)


Así que, ya lo vemos, el nombre común y a veces propio, Satán, sólo aparece una docena de veces en el Antiguo Testamento, no tiene siempre carácter personal, se utiliza también como indicativo de un atributo de cualquier personaje o situación, e incluso en los casos de utilización como un ser personal, como en el caso del libro de Job, no es para nada un enemigo o adversario de Dios, sino ¡uno de sus sirvientes!, todo un “hijo de Dios”.


Ciertamente para la teología judía, es absolutamente impensable e inaceptable una concepción dualista de la religión, es decir, que exista un dios para el bien o lo bueno, en este caso Yahvé, y un dios para el mal, origen y causa de todo lo malo, en este caso, Satán o Satanás, ni nada que se le parezca. Esto sería una flagrante violación del estricto monoteísmo judío. Como lo explica el rabino Stuart Federow en http://www.creenciajudia.org/explanation07.html :



“Para el judío, cualquier cosa que está en conflicto con la más remota idea que Dios es uno e indivisible será rechazada; porque imposibilita la verdad, la pureza, y el monoteísmo. La idea de que hay un Dios en cielo y un Dios del mundo terrenal, o infierno, no es considerada monoteísmo. Sin embargo, este es el mismo criterio encontrado en otras creencias paganas.
        Griego: Zeus/Hades
        Romano: Júpiter/Plutón
        Cristiano: Dios/Diablo
Ahora, por supuesto, el judaísmo y la biblia dicen de un carácter llamado, “Satanás.” Cada vez que el término se utiliza en las Escrituras hebreas, leen, “HaSaTaN,” que signifique “Satanás.” Sin embargo, el concepto de Satanás es radicalmente diferente a la idea del diablo. Para los cristianos, el diablo tiene poder y autoridad propia. Sin embargo, en la biblia, Satanás tiene solamente poder concedido por Dios, y no tiene ninguna autoridad propia. Si el diablo, o Satanás tuviera poder y autoridad es tener más de un dios, como vimos en referencia a los Griegos y a los Romanos.
Satanás se describe en solamente algunos lugares de la Sagrada Escritura hebrea. En cada caso, él es un ángel que trabaja PARA Dios, no contra Dios, y debe conseguir el permiso de Dios para todo que él haga. En Crónicas, Job, los Salmos, y Zacarías son los únicos lugares en donde se menciona Satanás. En cada caso, la descripción de las funciones de Satanás es actuar como lo que ahora llamamos un abogado de procesamiento, o abogado de distrito, y acusa y demuestra evidencia contra el demandado. Además, como un Abogado de Distrito, Satanás debe obtener el permiso de Dios, el juez, para comenzar cualquier operación que deba hacerse.
En la biblia hay también los versos que demuestran que es Dios, el creador y regulador del universo entero, que es responsable de lo bueno y lo malo, y no un diablo o dios del mundo terrenal:
Soy el eterno, y no hay ninguno ningún otro Dios además de mí:
“Yo Jehová, y ninguno más hay: no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste; Para que se sepa desde el nacimiento del sol, y desde donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo: Que formo la luz y crío las tinieblas, que hago la paz y crío el mal. Yo Jehová que hago todo esto”.
Isaías 45:5 - 7
Para Dios, la biblia, y para el judaísmo, tener una entidad que compita con Dios, que tiene poder y autoridad propia, es la oposición a dios, es violar la idea básica del monoteísmo.”
(Negrillas y cursivas mías)



¿Leyó bien amigo lector? Es Dios, según la misma Biblia en uno de sus profetas máximos, Isaías, quien es el creador y autor del mal, no Satanás, ni ningún otro demonio. Le vuelvo a colocar el pasaje:
“Yo Jehová, y ninguno más hay: no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste; Para que se sepa desde el nacimiento del sol, y desde donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo: Que formo la luz y crío las tinieblas, que hago la paz y crío el mal. Yo Jehová que hago todo esto”.
Isaías 45:5 - 7
Aquí sobrarían comentarios, o quizá los comentarios sobren…

El rabino Yehuda Ribco también explica en este breve artículo –“¿El buen Satán?”-  un punto similar y lo ilustra con tres citas bíblicas donde Satán no es el famoso diablo cristiano, sino un servidor de Dios y además el vocablo para una función, la de fiscal acusador, o incluso una profesión:

“El libro de Iyov / Job (caps. 1 y 2) nos presenta a un personaje del mundo espiritual, a uno de los numerosos enviados del Eterno (denominados en el lugar como "hijos de Elokim"), cuya específica y particular misión es fisgonear las acciones de las personas en la Tierra, y ser luego el acusador ante el divino Trono. Se lo señala como "satán", que es una forma de denominarlo en relación a su función, pues lehastín en hebreo es "acusar". Como verá, no es un nombre propio, sino el de una profesión.
La misma voz se utiliza para denominar al que está en contra, o es un adversario.
En este libro del Tanaj, es evidente que el satán -el acusador- no es una potencia contraria al Eterno, ni un ente maléfico, ni una persona que tienta e induce al mal, ni nada de lo que comúnmente nos venden los paganos como Satán (en mayúsculas), sino, un obrero de Dios. Un obrero de rango inferior, pues su sitio no está en el mundo espiritual, sino "recorriendo y andando por la Tierra" (Iyov / Job 2:2)
En el Tanaj en otras tres oportunidades se hace uso de este verbo de un modo que puede interesarnos al respecto de su consulta:
"y el enviado de Hashem le dijo: --¿Por qué has azotado a tu asna estas tres veces? He aquí, yo he salido como adversario (lesatán), porque tu camino es perverso delante de mí."
(Bemidbar / Números 22:32)
"Después me mostró a Iehoshua [Josué], el sumo sacerdote, el cual estaba delante del enviado de Hashem; y satán [el acusador] estaba a su mano derecha para acusarle.
Hashem dijo a Satán [el acusador]: --Hashem te reprenda, oh satán [el acusador]. Hashem, quien ha escogido a Ierushalaim [Jerusalén], te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del fuego?"
(Zejariá / Zacarías 3:1-2)
"Satán [el acusador] se levantó contra Israel e incitó a David a que hiciese un censo de Israel."
(1 Divrei Haiamim / I Crónicas 21:1)
(Negrillas del autor citado)

El resto de la explicación puede verse en https://serjudio.com/rap401_450/rap446.htm

Si se ven estos pasajes en una Biblia cristiana, como la Reina-Valera, estos pasajes dicen así:

-          “Y el ángel de Jehová le dijo: ¿Por qué has azotado tu asna estas tres veces? He aquí yo he salido para resistirte [verbo hebreo le-satán] , porque tu camino es perverso delante de mí” (Números 22:32)

-          “Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es este un tizón arrebatado del incendio?” (Zacarías 3:1-2)

-          “Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel” (1 Crónicas 21:1)

En el caso famoso de la burra de Balaam ya citado arriba por Antonio Piñero (una asna que habla e increpa al mago Balaam…) en hebreo se utilizó el verbo que involucra el término satán. Aquí satán no es Satán, sino correctamente una acción, traducida como “resistir”.

En el caso de Zacarías vemos cómo en su visión Satanás sí es un personaje, un servidor de Jehová. Pero un servidor, no un enemigo o contrario. Incluso que está a la derecha del ángel de Jehová. Sin embargo, en la interpretación judía del rabino Ribco, Satán no es un ser personal: “Es decir, satán en esta cita, no es una persona ni un personaje, ni una entidad separada del nombrado Iehoshua, sino el símbolo del error o pecado que con su presencia estaba acusando al Sumo Sacerdote. El estigma del pecado, que porta la conciencia del pecador.” (https://serjudio.com/rap401_450/rap446.htm)

Y en el caso del Satanás de 1Crónicas que incita a David, por cierto que resulta muy llamativa la contradicción con el mismo episodio narrado en 2Sam. 24:1: Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá.”. Es decir, en el relato de Samuel es Dios, Jehová, no Satanás, quien incita a David a pecar contra la ley mosaica realizando un censo. En crónicas resulta que no es Dios sino Satanás. La contradicción quizá se superaría si pensamos en el contexto del libro de Job, que Satanás es un enviado de Dios, que actúa bajo su permiso para incitar al pobre David. Pero entonces, de nuevo, tomando esta explicación un poco halada por los pelos, resultaría que Satanás no es el famoso opositor enemigo de Dios, sino su sirviente colaborador. Que es lo que es en realidad en el Antiguo Testamento si acaso se opta por personificarlo.

Entonces, ¿cómo se explica que este verbo hebreo que en el Antiguo Testamento a veces no es sino una acción de oposición y en otras un desdibujado personaje malhechor al servicio de Dios, encargado, como otros ángeles, del ‘trabajo sucio’ que este le encomienda, se haya convertido en el temible Demonio, abominable espíritu del mal, adversario a muerte de Dios, de Cristo y de toda la Humanidad, encarnación cósmica y sobrenatural de todo tipo de malignidad que pone en jaque la voluntad divina y que casi logra echar por tierra sus designios y propósitos?

La explicación es la que ya hemos asomado: todo esto no es sino el resultado de un largo proceso de “destilación”, como vimos arriba descrito por Fernández, en el que durante y posteriormente al exilio babilónico del pueblo judío, y fruto del contacto con diversas culturas religiosas estrictamente dualistas como el mazdeísmo iranio, algunas filosofías griegas, etc., empezaron a surgir explicaciones que se plasmaron en diversas escrituras apócrifas y pseudoepigráficas de la literatura judía que si bien no quedaron compilados en el tanáj –cuerpo de libros sagrados del judaísmo, que conocemos como Antiguo Testamento- ejercieron una notable influencia tanto en la religión judía, como en el pueblo, e incluso en algunos de los escritos tardíos del Antiguo Testamento, especialmente en lo que se conoce como literatura judía apocalíptica, que a la par de la convulsionada historia judía del período intertestamentario –es decir, entre los siglos II a.e.C. y el I e.C.- fue el caldo de cultivo adecuado para que la figura de Satanás, Belial, Belcebú, Lucifer, Lilith, Asmodeo, y muchas otras figuras demoníacas hicieran su gradual y poderosa aparición.

Todo esto formó el germen del cual se nutrieron tanto sectas y tendencias judías del mismo tenor apocalíptico que dieron gran preponderancia al “Príncipe de las Tinieblas” y sus entidades maléficas asociadas, que luego pasaron a las tempranas manifestaciones de las emergentes sectas cristianas que empezaron a separarse de su origen judío.

Así nació el gran adversario de Dios que con el paso de los siglos en las iglesias cristianas no hizo sino fortalecerse y reforzarse hasta grados verdaderamente asombrosos. O quizá no tan asombrosos si nos percatamos de que el Diablo ha sido la figura absolutamente perfecta para consolidar la atmósfera de temor, terror y pánico de la cual se valió el Cristianismo para imponer su égida de control absoluto durante milenios.

Pero lo que sí resulta asombroso es que ya entrados en pleno siglo XXI, el poder de este personaje prefabricado y siempre renovado y remozado permanezca casi inalterado en la psique de millones de personas en el mundo.

Así que quizá nos toque en los siguientes capítulos decir algo más al respecto.

Ahora bien, esperamos que al menos hayamos arrojado algo de claridad a lo que nuestro hipotético interlocutor cristiano del capítulo pasado (16), no podía creer:

-          “En el Pentateuco, es decir, en los primeros 5 libros de la Biblia, donde se supone que están las bases de toda la historia bíblica, no aparece Satanás por ninguna parte. Lo único que está es la famosa serpiente en el jardín del Edén que no fue sino siglos después que se interpretó que era el diablo o Satanás, por parte de algunas sectas judías influenciadas por el dualismo persa y griego, pleno de demonios y luchas entre el bien y el mal –por ejemplo, la secta de los esenios, pero otras también-, lo cual pasó luego a las primigenias sectas cristianas. Y elaborado posteriormente con profusión por las iglesias cristianas. Pero no todas las tendencias judías y cristianas lo aceptan así, por cierto. Y en el resto del Antiguo Testamento, Satanás, si acaso es un ente personal –que ni siquiera siempre lo es- no es un enemigo de dios, sino un colaborador de dios…

-          ¿¿¿Cómo???

-          Ya verás…”