Muchas veces se piensa que una de las fuentes de autoridad de la Iglesia –o Iglesias- es que plantean una teología y una moral que afirman proviene del mismo Dios, y que por tanto es una moral Absoluta, porque emana del Absoluto...
Por tanto, todo aquello que desafíe dicha moral, proponga adecuaciones a los tiempos y diversidades humanas es atacado con el sambenito de “relativismo”, o “relativismo moral”... Sobre todo este último Papa Ratzinger es muy aficionado a tal tipo de discurso...
Y efectivamente, es un tema central puesto que la Iglesia, despojada gradualmente de Poder terrenal, de poder político, privada del monopolio de las creencias, actualmente cimenta su influencia en una pretendida autoridad moral que desciende del Absoluto y que a éste se remite...
De allí la supuesta ‘superioridad’ o ‘preeminencia’ del pensamiento, la moral y el comportamiento cristiano –o más bien, pseudocristiano- preconizado por las Iglesias y el ataque a todo otro tipo de consideraciones sobre la ética, la moral, las creencias que provengan de una reflexión laica o secular, -o de cualquiera otra postura espiritual-, puesto que estaría viciada de casi que el peor de los pecados: el ateísmo; fuente de todo el ‘relativismo’ y prácticamente la maldad que la Iglesia conservadora se empeña fieramente en combatir, a despecho incluso de los sectores más avanzados y progresistas de su seno, que se ven aislados, ignorados, condenados e incluso expulsados -y hasta asesinados-; aunque luego los avances se originen en los que esos sectores avanzados plantearon, tal y como lo muestra la historia del Cristianismo.
Es lo que de una manera clara, brillante, respetuosa, pero imbatible expone el italiano Eugenio Scalfari en unos diálogos con el Cardenal Carlo María Martini en el libro “¿En qué creen los que no creen?” :
“El Cardenal plantea ...
... si la moral no está anclada en los mandamientos que se derivan de un absoluto, será fiable, será relativa, será variable, será en fin –o podrá ser- una no moral, o incluso una antimoral.
¿Es que acaso no corresponde al pensamiento ateo la responsabilidad de haber relativizado la moral y, por tanto, de haber allanado el camino a su destrucción, a la disolución de todos los valores y, en fin, al extravío que actualmente nos circunda? ¿No es verdad que es necesario retornar al Absoluto si queremos refundar esos valores y salir del reino del egoísmo en el que nos hemos hundido?
Así parece razonar el Cardenal Martini. Y sobre este asunto habrá que darle una respuesta. La reclama y tiene derecho a obtenerla.
......
A través de la comunicación entre el alma y el Dios que la ha creado, el hombre ha recibido el hálito moral, pero no sólo eso: también ha recibido las normas, los preceptos, las leyes que se traducen en comportamientos, con los consiguientes premios para quien los obedece y los correspondientes castigos, a veces leves, a veces terribles y eternos, para quien no lo hace.
Naturalmente, normas y preceptos pueden ser interpretados y por lo tanto relativizados según los tiempos y los lugares; a menudo los castigos celestes han sido anulados por la clemencia y las indulgencias sacerdotales; otras veces, en cambio, anticipados por el brazo secular mediante procesos, prisiones y hogueras.
La historia de la Iglesia, junto a infinitos actos de ejemplaridad y de bondad, está íntimamente entretejida de la violencia de los clérigos y de las instituciones regidas por ellos. Se dirá que todas las instituciones humanas y los hombres que las administran –por muy ministros de Dios que sean- son falibles y es verdad. Pero aquí se está discutiendo otra cuestión, más importante, a saber: no hay conexión con el Absoluto que haya podido impedir la relativización de la moral. Quemar a una bruja o a un hereje no fue considerado un pecado, y mucho menos un crimen, durante casi la mitad de la historia milenaria del catolicismo; por el contrario, crueldades como éstas, que violaban la esencia de una religión que había sido fundada sobre el amor, eran llevadas a cabo en nombre y como tutela de esa misma religión y de la moral que de ella intrínsecamente habría debido formar parte.
Lo repito: no pretendo desenterrar errores y hasta crímenes que hoy –pero sólo hoy- la Iglesia ha admitido y repudiado; simplemente estoy afirmando que la moral cristiana, unida, eminentísimo cardenal Martini, al Absoluto emanado por el Dios trascendente, no ha impedido de ninguna manera una interpretación relativa de esa misma moral. Jesús impidió que la adúltera fuera lapidada y sobre ello edificó una moral basada en el amor, pero la Iglesia por él fundada, pese a no renegar de aquella moral, extrajo de ella interpretaciones que condujeron a auténticas matanzas y a una cadena de delitos contra el amor. Y ello no en algunos casos esporádicos, o por algunos trágicos errores individuales, sino sobre la base de una concepción que guió los comportamientos de la Iglesia durante casi un milenio.
Concluyo con este punto: no existe conexión con el Absoluto, sea lo que sea aquello que se entiende con esta palabra, que evite los cambios de la moral según los tiempos, los lugares y los contextos históricos en los que las vicisitudes humanas se desarrollan.”
Umberto Eco, Carlo María Martini y otros. ¿En qué creen
los que no creen?.
Ed. Booket, Temas de Hoy, Madrid, 1996.
Pps. 121-125
Mejor expuesto imposible...
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